El éxito, la dicha, la paz, la prosperidad y la salud que por derecho tenemos como hijos de Dios, de la Existencia; exige de nosotros reflexionar sobre la naturaleza y contenido de estas Leyes Universales, con el fin de asimilar su sabiduría para incorporarla a nuestra vida. Pues la única forma de manifestar una enseñanza es viviéndola, de otro modo, solo será información de biblioteca.
Dentro de nosotros existe una fuente inagotable de poder, que nos puede sanar e inspirar, para saber qué hacer y cómo hacer. Accedemos a esa parte íntima de nosotros a través de la oración, que es un estado de conciencia en el cual estamos totalmente presentes, alertas y eso solo ocurre en el “aquí y el ahora”; sin recordar y sin proyectar esos recuerdos. Es decir, sin pensar, sin mente, en un estado de no-mente. Eso es meditación.
En estado meditativo somos uno con Dios. Es decir, ya no somos, hemos dejado de ser, porque en ese instante hemos vuelto a nuestra Fuente y al hacerlo accedemos a su sabiduría. Si pudiéramos vivir permanentemente en ese estado habríamos florecido. La semilla (el individuo) se habría convertido en flor (Ser Humano). Sin embargo, debemos comenzar por el principio. El primer paso es reconocer las Leyes Universales, meditarlas, asimilarlas y experimentarlas. Conforme logremos estos cometidos observaremos cambios sustanciales en nuestra vida: solución a nuestros problemas, inspiración creativa, éxtasis espiritual….
La oración meditativa nos centra en el pensamiento afirmativo. La fe, la entrega con la cual se realiza, tiene una relación directa con los cambios que se producen en nuestra vida. A su vez la fe, como toda entrega, es un acto de nuestra voluntad. Siempre es una decisión que tomamos conciente o inconcientemente, a favor del Amor o a favor del temor. El Amor trabaja en el pensamiento afirmativo, nos acerca a Dios, a nuestra verdadera naturaleza de Ser. El temor activa el pensamiento negativo, nos confunde, nos llena de dolor, de sufrimiento y de enfermedad.
Sentimos la falta de algo en nuestras vidas cuando vivimos desde nuestra periferia, desde nuestra personalidad, desde esa imagen pre-condicionada desde la infancia que hemos construido para relacionarnos con el mundo. Es desde ahí que le damos exagerada importancia a lo externo: cosas y personas. Nos apegamos, creyendo que poseer objetos, el afecto o la aceptación de personas nos harán felices; cuando este engaño solo puede producirnos dolor, sufrimiento,… infelicidad.
Desde nuestra periferia vivimos en la inconsciencia, no sabemos quienes somos, no sabemos que somos dueños de un inmenso poder, no nos sabemos hijos de Dios y herederos del Reino de los Cielos. Por el contrario, siendo ‘ricos’ vivimos como pordioseros en salud, felicidad o experiencia espiritual.
Nosotros existimos también en un plano material, y el dinero es necesario, sin embargo su realización material no es más que una actitud mental: un estado de conciencia de abundancia.
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