El viernes, dos pacientes por separado soltaron la misma expresión cuando analizábamos juegos fundamentales de sus existencias y la necesidad de soltarlos: ¡eso es como subir al Everest!
Todos sentimos así cuando dejamos de pelar las capas externas de la cebolla de ideas y actitudes y llegamos al centro del Ego. Mientras no se compromete el corazón de nuestro aprendizaje, lo demás parece realizable y relativamente sencillo. Cuando se desnuda el Gran Juego, la sensación es que será imposible de transformarlo. Sin excepción, cada uno creemos que no hay nada más difícil que eso.
Esa percepción corrobora justamente que tocamos la fibra más íntima del Ego y que buscará resistirse de cualquier forma. Lo peor que podemos hacer es seguirle el juego y luchar contra él. La resistencia sólo lo hace más fuerte y asegura que continuará igual. Es lo que pasa con el Ego: defendernos, combatir, huir o escondernos son maneras de sostenerlo. Es lo que pasa con el mundo manejado por el Ego: seguimos creyendo que el conflicto y la lucha es la manera de solucionar las cosas… y así estamos.
Como le digo a mis pacientes, leemos sobre Nueva Energía pero, ante un problema, aplicamos la Vieja Energía. Nos llenamos de información y nos conmovemos ante los posibles milagros del nuevo mundo, pero invariablemente terminamos peleando, criticando, resistiendo, victimizándonos como en el viejo mundo. ¿Quién bajará la Luz y el Amor a la Tierra? ¿Los ángeles, los duendes, las canalizaciones? Nosotros lo haremos.
¿Será a través de una meditación, de un taller, de enviar energía, de una visualización, de afirmaciones? Si bien esas cosas pueden ayudar, no tienen sentido si nuestras vidas son constantes muestras de lo peor de la densidad de tercera dimensión. ¿De qué sirve una linda frase en Facebook si enseguida criticamos a quienes no piensan como nosotros? ¿Cuál es el propósito de hacer un seminario de fin de semana si, al volver, me maltrato y maltrato a los que me rodean ante cualquier error? La verdadera transformación se hace desde adentro y cambia el afuera.
Y se hace más evidente en esos aprendizajes que sacan lo más oscuro y doloroso de cada uno. Ahí es donde encontraremos la mayor luz y compasión. Pues no se trata de luchar contra lo que es ni de defendernos de lo que nos señalan ni de ocultar nada. Es tomar conciencia en el momento en que ocurre y, cariñosamente, atravesar la sombra hacia ese Niño Interno que quedó fijado en algún trauma sin haber recibido contención ni amor ni explicación ni apoyo para solucionarlo.
¿Para qué elegimos continuar su sufrimiento? ¿Por qué herirlo aún más día tras día? ¿Hasta cuándo seguiremos creyendo que merecemos los peores castigos por las experiencias que elegimos en lugar de aprender de ellas y empoderarlas para vivir plenamente? Todo, absolutamente todo puede ser tomado como oportunidades de luminosa evolución.
El NO puede ser transfigurado a un SÍ siempre. Dejemos la negación por la afirmación. Aquello que consideramos errores, traumas, carencias, limitaciones, culpas, fallas, privaciones, lo que sea, tiene un sentido y una resolución cierta. Cuando lo podemos analizar y aceptar, ¿se sana automáticamente? No. Saber no es suficiente. Diez años de charlar sobre algo no lo cambiará. Lo que lo hará realmente es ese instante en que lo vemos, lo exhalamos, lo liberamos y sentimos/pensamos/decimos/hacemos distinto. Una y otra vez. Una y otra vez. Hasta que, en algún momento, nos damos cuenta de que somos distintos.
Tan simple como es, no lo entendemos ni lo concretamos porque es interno. Si decidimos estudiar una carrera, armar un aparato, ordenar el guardarropa, planear un proyecto, comprendemos que seguiremos una serie de pasos y que tendremos que ser constantes para lograrlo. Pero, en cuanto ese trabajo es interior, ya nos perdemos en la maraña de pensamientos y emociones que surgen desde los diferentes aspectos del Ego. Tenemos que saber cuáles son los juegos y por cuáles los vamos a transformar. Igual que en el afuera, hay que tener un Norte y volver a él cada vez que nos extraviamos.
¿Será a través de una meditación, de un taller, de enviar energía, de una visualización, de afirmaciones? Si bien esas cosas pueden ayudar, no tienen sentido si nuestras vidas son constantes muestras de lo peor de la densidad de tercera dimensión. ¿De qué sirve una linda frase en Facebook si enseguida criticamos a quienes no piensan como nosotros? ¿Cuál es el propósito de hacer un seminario de fin de semana si, al volver, me maltrato y maltrato a los que me rodean ante cualquier error? La verdadera transformación se hace desde adentro y cambia el afuera.
Y se hace más evidente en esos aprendizajes que sacan lo más oscuro y doloroso de cada uno. Ahí es donde encontraremos la mayor luz y compasión. Pues no se trata de luchar contra lo que es ni de defendernos de lo que nos señalan ni de ocultar nada. Es tomar conciencia en el momento en que ocurre y, cariñosamente, atravesar la sombra hacia ese Niño Interno que quedó fijado en algún trauma sin haber recibido contención ni amor ni explicación ni apoyo para solucionarlo.
¿Para qué elegimos continuar su sufrimiento? ¿Por qué herirlo aún más día tras día? ¿Hasta cuándo seguiremos creyendo que merecemos los peores castigos por las experiencias que elegimos en lugar de aprender de ellas y empoderarlas para vivir plenamente? Todo, absolutamente todo puede ser tomado como oportunidades de luminosa evolución.
El NO puede ser transfigurado a un SÍ siempre. Dejemos la negación por la afirmación. Aquello que consideramos errores, traumas, carencias, limitaciones, culpas, fallas, privaciones, lo que sea, tiene un sentido y una resolución cierta. Cuando lo podemos analizar y aceptar, ¿se sana automáticamente? No. Saber no es suficiente. Diez años de charlar sobre algo no lo cambiará. Lo que lo hará realmente es ese instante en que lo vemos, lo exhalamos, lo liberamos y sentimos/pensamos/decimos/hacemos distinto. Una y otra vez. Una y otra vez. Hasta que, en algún momento, nos damos cuenta de que somos distintos.
Tan simple como es, no lo entendemos ni lo concretamos porque es interno. Si decidimos estudiar una carrera, armar un aparato, ordenar el guardarropa, planear un proyecto, comprendemos que seguiremos una serie de pasos y que tendremos que ser constantes para lograrlo. Pero, en cuanto ese trabajo es interior, ya nos perdemos en la maraña de pensamientos y emociones que surgen desde los diferentes aspectos del Ego. Tenemos que saber cuáles son los juegos y por cuáles los vamos a transformar. Igual que en el afuera, hay que tener un Norte y volver a él cada vez que nos extraviamos.
“Cada día tiene su afán” dijo Jesús. Por eso, no se trata de ascender a la cima del Everest en un día. Hoy tendremos ciertas posibilidades de dar algunos pasos. Los damos. Mañana serán otros. Quizás, no podamos. Pero hay otro mañana para hacerlo. Paso a paso. Más comprensivos, más fuertes, más amorosos, más sabios, más serenos, más agradecidos. ¿Lo hacemos juntos?
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