El humor unirá tus partes dispersas, el humor pegará tus fragmentos en un conjunto. ¿No lo has observado? Cuando ríes sinceramente, de repente todos los fragmentos desaparecen y llegas a ser uno. Cuando ríes, tu alma y tu cuerpo son uno: ambos ríen juntos. Cuando piensas, tu mente y tu cuerpo se separan. Cuando lloras, tu cuerpo y tu alma son uno; funcionan en armonía.
Recuérdalo siempre: todas esas cosas son buenas, son para bien, porque hacen de ti una unidad. Reír, llorar, bailar, cantar, todas ellas te hacen de una pieza, funcionas como una entidad armónica, no separada. El pensamiento pasa por la cabeza, y el cuerpo puede seguir haciendo infinidad de cosas. Puedes seguir comiendo y la mente sigue pensando. Esto es división. Caminas por la calle: el cuerpo camina y tú piensas. No estás pensando en el camino, ni en los árboles que te rodean, no estás pensando en el sol, no estás pensando en la gente que está pasando, sino en otras cosas, de otros mundos.
Pero ríe, y si la risa es realmente profunda, si no es sólo una pseudorisa, apenas en los labios, de repente sientes que tu cuerpo y tu alma están funcionando juntos. No se queda sólo en el cuerpo, se adentra en lo más profundo de tu ser. Surge de tu mismo ser y se extiende en circunferencia. Formas una unidad con la risa.
En una localidad de veraneo de Nueva Inglaterra había un hombre tan feo que era el blanco de todas las bromas que se les ocurrían a sus paisanos. Un cirujano plástico que visitaba la localidad en unas vacaciones se quedó tan impresionado por su fealdad que se ofreció a operar a aquel hombre gratis. “De hecho – dijo- será un verdadero placer. Le haré a usted una operación en la que quedará como el hombre más guapo de Nueva Inglaterra”.
Justo antes de empezar con el bisturí, el cirujano le preguntó: “¿Quiere que le cambie la cara completamente, totalmente?”.
“No – respondió el hombre- no demasiado. Quiero que los del pueblo sepan quién es ése tan guapo”.
Así es como funciona el ego. Quieres que los demás sepan quién es ése tan guapo. Quieres que los demás sepan quién es ése tan dócil, tan humilde, quién es ése que está al final de a cola. Si tan sólo queda un poco de esos deseos, quiere decir que el ego está completamente vivo, floreciente. Nada ha cambiado. Sólo un cambio total supone un cambio.
Hymie Goldberd ha perdido una gran cantidad de dinero en la bolsa y se encuentra desolado. Va a visitar a su médico y le dice:
“Doctor, doctor, mis manos no dejan de temblar”.
“Dígame –le responde el doctor- ¿bebe usted mucho?”.
“No puedo –contesta Hymie- lo derramo casi todo”. “Comprendo –dice el doctor, preparándose para realizarle un
examen exhaustivo a Hymie. Cuando termina le dice-: Dígame, ¿no siente un hormigueo en los brazos, dolor en las rodillas y mareos repentinos?”.
“Sí –responde Hymie- eso es exactamente lo que me pasa”.
“Es curioso –añade el doctor- a mí me ocurre igual... ¡No sé lo que será!”.
Acto seguido el doctor se pone a consultar sus notas durante varios minutos antes de alzar la vista y preguntar: “Dígame, ¿le ha pasado esto antes?”.
“Sí –responde Hymie- me ha pasado”.
“Bien, está claro entonces –responde el doctor, apretando el timbre para que pase el próximo paciente- ¡Pues le está pasando otra vez!”.
Cuando Fred llega de la visita del médico, tiene un aspecto terrible. Le cuenta a su esposa Becky que el médico le ha dicho que va a morir antes de que acabe la noche. Ella entonces lo abraza, los dos lloran un poquito, y Becky sugiere que se vayan temprano a la cama para hacer el amor una vez más.
Hacen el amor hasta que Becky se queda dormida, pero Fred está demasiado asustado para dormir porque es su última noche en el mundo. Permanece acostado en la oscuridad mientas Becky ronca.
Fred susurra al oído de su esposa: “Becky, por favor, sólo una vez más, por nuestro cariño”. Pero Becky sigue roncando.
Fred mira su reloj, se inclina sobre su mujer y la sacude con fuerza. ¡¡Por favor, Becky, sólo una vez más por nuestro cariño!”.
Becky lo mira fijamente y le responde: “Fred, ¿cómo puedes ser tan egoísta? A ti te da igual, pero yo tengo que madrugar por la mañana”.
En todas las familias, toda la gente mayor hace lo mismo en todas partes: pones a prueba la paciencia de sus familiares.
Hymie Goldeberg parece muy triste; su esposa está enferma, así que llama al médico. Tras examinar a la señora Goldberg, el médico le dice a su esposo: “Me temo que debo darle malas noticias; a su esposa sólo le quedan unas horas de vida. Espero que comprenda que no se puede hacer nada. No sufra inútilmente”.
“No se preocupe doctor –responde Goldberg- llevo sufriendo cuarenta años; puedo sufrir todavía unas horas más”.
Sólo recuerda la definición de salud. Cuando no sientes tu cuerpo en absoluto, tu cuerpo está sano. Sólo sientes la cabeza cuando tienes jaqueca. Cuando no la tienes, tampoco tienes cabeza: es ligera, no pasa nada. Cuando te duelen las piernas, las tienes. Cuando no duelen, no existen. Cuando el cuerpo está sano... mi definición de salud es que eres en absoluto consciente de su existencia; da lo mismo que la tengas o no.
Lo mismo se aplica con respecto a una mente sana. Sólo la mente enferma se siente. Cuando está cuerda, en silencio, no se siente. Cuando el cuerpo y la mente están ambos en quietud, puedes sentir más fácilmente una experiencia de tu alma, con la risa. No hay necesidad de estar serio en absoluto.
Hymie Golberg fue al médico, se sentía desolado a causa de problemas económicos. “Relájate –le ordenó el doctor- tan sólo hace dos semanas tuve a otro individuo que estaba preocupado porque no podía pagar la cuenta de su sastre. Le aconsejé que las olvidara y ahora se siente de maravilla”.
“Lo sé –respondió Goldberg- yo soy su sastre”.
Ya sé que hay casos en que... pero si estás un poco alerta, incluso en la situación de Hymie Goldberg, te hubieras reído. Por todas partes se encuentran situaciones ridículas. La vida está llena de situaciones semejantes.
Un hombre sube al autobús acompañado de al menos una docena de niños. Una anciana diminuta le pregunta si todos son suyos.
“Desde luego que no –responde el hombre- soy vendedor de anticonceptivos y todos éstos son devoluciones”.
Mira a tu alrededor, te encontrarás con todo tipo de situaciones curiosas. Aprende el arte de divertirte con ellas.
A Joe lo había mordido un perro. La herida tardaba en curar, así que fue a ver a su médico, quien le pidió que trajera al perro. Tal como sospechaba el médico, el perro tenía rabia. “Me temo que es demasiado tarde para darle suero”, le dijo el doctor a Joe.
Joe se sentó en el despacho del doctor y comenzó a escribir frenéticamente. “Quizá no sea para tanto –lo consoló el doctor- no hace falta que se ponga a hacer su testamento”.
“No estoy haciendo mi testamento –respondió Joe- sólo estoy escribiendo una lista de la gente a la que voy a morder”.
Si nada puede hacerse y me voy a volver loco, ¿por qué no aprovechar entonces la ocasión? Una ocasión tan buena...
Disfruta de la vida, ríe de la ridiculez de las cosas que te rodean. Ríe todo el camino hasta el templo de Dios. Aquéllos que han reído lo suficiente han llegado; mientras que la gente seria todavía está esperando con la cara larga.
El joven doctor Dagburt acompaña al doctor Bones, médico de cabecera, para ver cómo hace las visitas. “Yo realizaré las dos primeras –advierte Bones-. Observe con atención, luego probará usted”.
En la primera casa se encuentran con un hombre muy afligido. “Mi esposa tiene unos terribles dolores de estómago”, anuncia.
El doctor Bones procede a un breve examen, después se agacha y mira debajo de la cama. “Señora –dice Bones- si corta usted su excesivo consumo de caramelos y bombones, en un día se pondrá bien”. Dagburt mira a hurtadillas debajo de la cama y ve el suelo lleno de envoltorios de caramelos.
En la siguiente visita se encuentra a una apesadumbrada Becky Goldberg. “¡Se trata de Hymie, docto!”, exclama la señora. Estuvo muy desmemoriado ayer y hoy se tropezaba con todo. Cuando lo llevé a la cama, quedó inconsciente”.
Al examinar a Hymie, Bones se agacha y mira debajo de la cama. “Se trata de un problema muy simple –le anuncia el doctor Bones a Hymie-. ¡Usted bebe demasiado!”. El joven doctor Dagburt echa un vistazo debajo de la cama y ve siete botellas de ginebra vacías.
En la tercera casa, es el turno de Dagburt. Llama al timbre y pasa un largo rato antes de que abra la puerta una sofocada joven.
“Su marido nos llamó –anuncia Dagburt-. Nos dijo que no se encontraba usted bien esta mañana y que viniéramos a verla”.
Suben al dormitorio y allí la mujer se recuesta. Dagburt la examina y después mira debajo de la cama. “Mi opinión –concluye- es que se pondrá usted bien si lleva una dieta sin leche”.
Según salen, Bones intrigado pregunta: “¿Cómo llegó a la conclusión de que necesitaba tener una dieta sin leche?”.
“Bien –responde Dagburt- seguí su ejemplo y miré debajo de la cama. ¡Me encontré al lechero!”.
Slobovia se encuentra con Kowalsky en el bar “El papa y la fulana” para tomar una cervezas.
“¿Qué tal cocina su mujer?”, pregunta Kowalsky.
“Cuando llegué esta noche a casa –responde Slobovia- mi esposa estaba llorando porque el perro se había comido el pastel que había hecho para mí. “No llores –le dije- te compraré otro perro”.
Señor Klopman –advierte el doctor Bones-, aunque está usted enfermo, creo que seré capaz de sacarlo adelante”.
“Doctor –exclama Klopman- si lo consigue, cuando me ponga bien, donaré cinco mil dólares para un nuevo hospital”.
Meses más tarde, Bones se encuentra con Klopman en la calle. “¿Cómo se encuentra?” le pregunta.
“¡De maravilla, doctor, espléndidamente! –responde Klopman-. ¡Nunca me sentí mejor!”.
“He estado tratando de hablar con usted –añade Bones-. ¿
Quñe hay del dinero para el nuevo hospital?”.
“¿A qué se refiere?”, contesta Klopman.
“Usted dijo –responde Bones- que si se ponía bien donaría
cinco mil dólares para un nuevo hospital”.
“¿Dije yo eso? –pregunta Klopman-. ¡Eso demuestra lo
enfermo que debía estar enfermo!”.
Ruthie, la esposa de Moishe Finkelstein se está siempre quejando del papel mediocre que hace su marido en la cama, por lo que Moishe va a ver al médico. El doctor Bones le receta unas nuevas píldoras milagrosas que seguro van a funcionar bien.
Un mes después, Moishe regresa a ver al doctor Bones. “Las píldoras son fantásticas –anuncia Mosihe- he estado haciendo el amor tres veces cada noche”.
“Eso es estupendo –exclama entusiasmado el doctor- ¿Qué le parece ahora a su esposa como hace usted el amor?”.
“Ah, no lo sé –responde Mosihe- no he ido a cada todavía”.
Es una bonita mañana en la ciudad de Santa Banana, California. Esperando a que lleguen los primeros pacientes, está un nuevo especialista en supercirugía. El doctor Decapito. Este doctor observa su consultorio equipado con la tecnología más moderna, pulsa un timbre, y aparece su primer paciente, Cerdo Pulla.
“¡Doctor!”, grita Cerdo con toda la cabeza vendada.
“¡Ah, no me diga nada! –exclama el doctor Decapito-. Se trata de su cabeza”.
-“¡Es extraordinario! –añade Cerdo-. ¿Cómo lo supo?”.
“Me di cuenta enseguida –responde el Doctor Decapito-. Llevo treinta años ejerciendo la profesión”. Acto seguido el doctor se pone a pulsar teclas en su computador y exclama: “No hay ninguna duda al respecto; tiene usted una terrible jaqueca”.
“¡Es increíble! –añade Cerdo-. Llevo con ella toda la vida. ¿Me la puede usted curar?”.
“Bien –responde el doctor Decapito, consultando la pantalla de su computador- puede sonarle un poco drástico, pero sólo hay una cosa por hacer. Debo extirparle el testículo izquierdo”.
“¡Dios mío! ¿Mi testículo izquierdo? –se lamenta Cerdo-. Bueno, de acuerdo, haga lo que quiera con tal de que me quite esta jaqueca”.
Una semana más tarde. Cerdo sale cansinamente de la consulta del doctor Decapito, sin su testículo izquierdo, pero sintiéndose un hombre nuevo.
“¡Ya no la tengo! –exclama Cerdo, intentando bailar, pero notando que el mínimo movimiento resulta doloroso-. ¡Ya no tengo jaqueca!”.
Para celebrar el acontecimiento, Cerdo se va directamente a la sastrería de Moishe Finkelstein para encargar un vestuario completo.
Moishe le echa un vistazo a Cerdo y anuncia: “Debe usted ser una talla cuarenta y dos de largo”.
“Así es –responde Cerdo- ¿Cómo lo supo?”.
“Me di cuenta enseguida –responde Moishe-. Llevo treinta años en este oficio. Y usa usted talla treinta y seis de pantalones; con un largo de pierna de noventa y un centímetros”.
“¡Sorprendente! –exclama Cerdo-. Así es exactamente”.
“Y –añade Moishe- usa talla cuatro de calzoncillos”.
“¡No –responde Cerdo-. Ahí se equivoca. Uso la tres”.
“Eso es imposible –corta Moishe, fijándose detenidamente-.
Usa usted una talla cuatro”.
“¡Ah, no, de eso nada! –replica Cerdo-. ¡Toda mi vida he
usado la talla tres!”.
“De acuerdo –añade Moishe-puede usar una tres; ¡pero le va
a producir una terrible jaqueca!”.
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Equilibrio Mente-Cuerpo
OSHO
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