Hola, Soy Laura Foletto. ¿Sabes que ya traes todo lo que necesitas?
Estoy en un hermoso café, mirando cómo una pareja de gorriones busca pequeñas ramas para hacer un nidito detrás de un reflector de luz. Recuerdo las palabras de Jesús: ““Miren las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros y su Padre celestial las alimenta. ¿No valen ustedes mucho más que ellas?”.
Este pensamiento surgió, no sólo a causa de la falta de fe en la Providencia que mostramos continuamente, sino, con más profundidad, en la desconfianza con que encaramos nuestra existencia. Estos días, el tema fue recurrente con algunos pacientes. Apareció de distintas formas: como una idealización de la vida de otros, que suponen tienen más ventajas, posibilidades o beneficios que les permiten un plácido y feliz transcurrir; como una idealización personal de lo que debieron ser y no pudieron o no les fue permitido; como un consecuente vacío generalizado en que nada tiene sentido; como una desenfrenada búsqueda de objetivos que den significado o satisfacción.
A la corta o a la larga, ninguna de estas acciones logrará lo propuesto porque están basadas en un “modelo” impuesto, externo y superficial. “Si soy de tal forma o tengo tal cosa o estoy con tal persona… entonces… seré feliz o me sentiré completo o la vida será maravillosa o Dios me sonreirá o (complétalo tú)”. Lo que funciona en el fondo de esta afirmación es la noción de que siempre algo nos falta, de que somos carentes, de que estamos fallados, de que no vinimos con lo necesario para sentirnos plenos. El deseo de solucionarlo es tan fuerte que nos obsesiona y nos ciega para ver la realidad. Esas sensaciones y deseos provienen del Ego, el cual está estructurado para perseguir esas zanahorias continuamente; para colmo, lo hace con las mismas herramientas inservibles, que incrementa en cada nuevo desafío: el círculo vicioso está asegurado.
¿Cómo salir? En principio, poniendo al Ego en su lugar. Como bien ilustraba Gurdieff, somos una casa dirigida por los sirvientes, en lugar de por el Amo. Cada uno de ellos (los distintos aspectos de Ego) toma alternativamente el mando, autodenominándose Yo, y procura que los demás realicen lo que desea. Es bastante fácil notar que, cuando se nos ocurre hacer algo (mejor dicho, cuando uno de nuestros aspectos quiere algo), inmediatamente aparecen las voces de los demás, que lo llenan de miedo o lo desaniman recordándole que no sirve para nada o lo enojan por los inconvenientes que se le cruzarán en el camino o muchas cosas más.
El problema es que nos identificamos con estos sirvientes, nos apegamos a estos Yoes y los defendemos con uñas y dientes del mundo y sus peligros. Cuando encontramos espejos afuera, en lugar de usarlos para reconocer a esos Yoes y sacarlos de los juegos repetitivos y del falso poder que representan, los reforzamos con justificaciones y excusas. El Ego es un aliado útil, un mayordomo muy talentoso que alinea el cuerpo y la mente, un instrumento que nos orienta en los mundos externos e internos y que debe ser sanado y entrenado, pero que es menester mantener a raya porque tiende a creerse el Amo, esto es, El Ser.
Cuando ponemos al Ego en su lugar, podemos comprender que nada nos falta, que hemos venido con todo lo necesario para jugar en la Creación. Antes de entrar a esta encarnación, nos propusimos determinados desafíos: cada “problema” viene con su solución, con los recursos, personas y situaciones que se desplegarán en el momento en que los precisemos. También, previmos los dones que necesitaríamos para este juego en especial y su progreso ulterior.
Cuando tomas a los demás de modelos o te denigras creyendo que no tienes algo o no eres nadie, no estás recorriendo tu propio camino y, por lo tanto, nada de lo que has previsto se puede desplegar. Permanece como un potencial, en espera de que despiertes y te valores como el ser especial que eres. Al apreciar tu unicidad, tu inefable creación, todo viene a ti para desarrollarlo. El Ser atrae las condiciones en que tu don, tu presente, tu servicio a este mundo pueda concretarse. Así, el interior manifiesta el exterior, usando al Ego como instrumento. Aparecen las ramitas para tu nido, al alcance de tu mano, como con los gorriones, que ahora cantan la súbita salida del Sol, la Luz que todo lo ilumina.
Este pensamiento surgió, no sólo a causa de la falta de fe en la Providencia que mostramos continuamente, sino, con más profundidad, en la desconfianza con que encaramos nuestra existencia. Estos días, el tema fue recurrente con algunos pacientes. Apareció de distintas formas: como una idealización de la vida de otros, que suponen tienen más ventajas, posibilidades o beneficios que les permiten un plácido y feliz transcurrir; como una idealización personal de lo que debieron ser y no pudieron o no les fue permitido; como un consecuente vacío generalizado en que nada tiene sentido; como una desenfrenada búsqueda de objetivos que den significado o satisfacción.
A la corta o a la larga, ninguna de estas acciones logrará lo propuesto porque están basadas en un “modelo” impuesto, externo y superficial. “Si soy de tal forma o tengo tal cosa o estoy con tal persona… entonces… seré feliz o me sentiré completo o la vida será maravillosa o Dios me sonreirá o (complétalo tú)”. Lo que funciona en el fondo de esta afirmación es la noción de que siempre algo nos falta, de que somos carentes, de que estamos fallados, de que no vinimos con lo necesario para sentirnos plenos. El deseo de solucionarlo es tan fuerte que nos obsesiona y nos ciega para ver la realidad. Esas sensaciones y deseos provienen del Ego, el cual está estructurado para perseguir esas zanahorias continuamente; para colmo, lo hace con las mismas herramientas inservibles, que incrementa en cada nuevo desafío: el círculo vicioso está asegurado.
¿Cómo salir? En principio, poniendo al Ego en su lugar. Como bien ilustraba Gurdieff, somos una casa dirigida por los sirvientes, en lugar de por el Amo. Cada uno de ellos (los distintos aspectos de Ego) toma alternativamente el mando, autodenominándose Yo, y procura que los demás realicen lo que desea. Es bastante fácil notar que, cuando se nos ocurre hacer algo (mejor dicho, cuando uno de nuestros aspectos quiere algo), inmediatamente aparecen las voces de los demás, que lo llenan de miedo o lo desaniman recordándole que no sirve para nada o lo enojan por los inconvenientes que se le cruzarán en el camino o muchas cosas más.
El problema es que nos identificamos con estos sirvientes, nos apegamos a estos Yoes y los defendemos con uñas y dientes del mundo y sus peligros. Cuando encontramos espejos afuera, en lugar de usarlos para reconocer a esos Yoes y sacarlos de los juegos repetitivos y del falso poder que representan, los reforzamos con justificaciones y excusas. El Ego es un aliado útil, un mayordomo muy talentoso que alinea el cuerpo y la mente, un instrumento que nos orienta en los mundos externos e internos y que debe ser sanado y entrenado, pero que es menester mantener a raya porque tiende a creerse el Amo, esto es, El Ser.
Cuando ponemos al Ego en su lugar, podemos comprender que nada nos falta, que hemos venido con todo lo necesario para jugar en la Creación. Antes de entrar a esta encarnación, nos propusimos determinados desafíos: cada “problema” viene con su solución, con los recursos, personas y situaciones que se desplegarán en el momento en que los precisemos. También, previmos los dones que necesitaríamos para este juego en especial y su progreso ulterior.
Cuando tomas a los demás de modelos o te denigras creyendo que no tienes algo o no eres nadie, no estás recorriendo tu propio camino y, por lo tanto, nada de lo que has previsto se puede desplegar. Permanece como un potencial, en espera de que despiertes y te valores como el ser especial que eres. Al apreciar tu unicidad, tu inefable creación, todo viene a ti para desarrollarlo. El Ser atrae las condiciones en que tu don, tu presente, tu servicio a este mundo pueda concretarse. Así, el interior manifiesta el exterior, usando al Ego como instrumento. Aparecen las ramitas para tu nido, al alcance de tu mano, como con los gorriones, que ahora cantan la súbita salida del Sol, la Luz que todo lo ilumina.
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